Del frío de los Alpes a la cálida Amazonía: A los 70 años de su partida

Aquel que no ha abandonado el hogar desde la infancia difícilmente puede comprender el dolor que implica dejar atrás a padres, hermanos, familia, barrio y amigos. La verdadera dimensión de la separación solo se conoce cuando se ha viajado lejos y se han dejado historias atrás. El Siervo de Dios P. Luis Bolla, enfrentó ambos escenarios.

Su primera elección fue dejar su hogar y familia para ingresar al seminario. Más tarde, desafió los fríos Alpes para convertirse en misionero en Ecuador. ¿Cuál fue su motivación? ¿Qué lo llevó a renunciar a todo y embarcarse en nuevos proyectos? La respuesta no deja lugar a dudas: fueron sus sueños los que lo impulsaron a explorar otros mundos, todo en servicio de su único Señor.

De la belleza de los Alpes

En el norte de Italia, en Schio–Vicenza, nació el 11 de agosto de 1932 el Padre Luis. Su infancia estuvo marcada por la asidua visita al Oratorio salesiano, un refugio diario que brindaba formación humana y cristiana a niños y jóvenes. Este lugar se convirtió en su hogar, donde se sintió acogido y acompañado.

A los 12 años, en plena Segunda Guerra Mundial experimentó un momento crucial. Escuchó una voz que resonaría en su corazón para toda su vida: “Sentí una voz clara que me decía: serás misionero en la selva». Ese sueño se convirtió en su faro, eclipsando cualquier sufrimiento o nostalgia.

Después de completar sus estudios de secundaria, ingresó al noviciado salesiano el 16 de agosto de 1948. Su anhelo constante de ser misionero en la India fue expresado a menudo a sus superiores. Sin embargo, su destino cambió en 1953, después de completar el Liceo, cuando fue destinado a las misiones en Ecuador. El 22 de noviembre de ese año, emprendió su viaje desde el puerto de Génova hacia Ecuador, con tan solo 21 años de edad.

La historia del Padre Luis no solo revela los sacrificios de dejar atrás su hogar en los Alpes, sino también la dedicación inquebrantable a seguir sus sueños y la voluntad de servir a una causa más grande. Su vida es un testimonio de valentía y entrega en busca de un propósito superior.

A la hermosura de la cálida Amazonía

La cálida Amazonía fue testigo del paso del P. Luis, a quien tuve el privilegio de conocer durante mis años en la casa Inspectorial de Breña. Entre risas compartidas, chistes ingeniosos, misas y reflexiones, he compartido momentos valiosos con este Siervo de Dios. Durante nuestras tardes de café, solía expresar: «Ya no me siento bien entre muros y cemento, me siento feliz en medio de mi selva».

Dejando atrás la hermosura de los Alpes para convertir sus sueños en realidad, el P. Luis emprendió un viaje significativo en 1953. La oración que escribió al iniciar esta travesía quedó plasmada en simples hojas de su cuaderno, pero su significado ha quedado grabado de manera indeleble en la historia: «Señor, dejo a mi querida familia, a mis amigos, mi tierra, mis lindas montañas, solo por ti y por hacer que conozcan a mucha gente que aún no ha tenido la gracia de conocerte. Pongo todo en tus manos. Tú lo harás todo bien».

La vida del P. Luis se convierte así en una crónica de sacrificio y entrega, donde la belleza de la Amazonía se entrelaza con la determinación de un hombre cuyo propósito va más allá de los límites geográficos. Su historia, marcada por el encuentro con nuevas tierras y la búsqueda incansable de llevar la gracia a aquellos que aún no han conocido al Señor, se erige como un testimonio inspirador que perdurará en el tiempo.

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