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sábado, 24 mayo, 2025
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María, nuestra luz y refugio: Un encuentro de fe en la solemnidad de María Auxiliadora

El sábado 24 de mayo de 2025, la Basílica María Auxiliadora de Breña se convirtió en un refugio de fe, esperanza y unidad. La solemne Eucaristía, presidida por Monseñor Juan José Salaverry, OP, y concelebrada con cuatro obispos y 25 sacerdotes salesianos, atrajo a una multitud de fieles que se unieron en oración para celebrar a la Virgen María, nuestra Auxiliadora.

Mientras la iglesia se llenaba de cantos y oraciones, la presencia de María era palpable en cada rincón, en cada corazón dispuesto a recibir su luz. Monseñor Salaverry comenzó la homilía con palabras que resonaron profundamente en el alma de cada asistente:

«Hoy, María se nos presenta como la mujer vestida de sol, como la madre que nos guía y nos cuida, como la discípula fiel de su Hijo. María es nuestra luz en las tinieblas del mundo, nuestra esperanza en tiempos de incertidumbre.»

Monseñor Juan José Salaverry, OP

El Apocalipsis 12, 1.3a 7-12 nos mostró a la mujer gloriosa, vestida con el sol, y Monseñor Salaverry nos invitó a reflexionar sobre cómo María, como madre y discípula, nos da luz y protección.

«María, revestida de la luz de Cristo, es el faro que nos muestra el camino. Como discípulos, estamos llamados a llevar esa luz, a ser reflejos de su amor y su gracia. María nos enseña a vivir nuestra fe con la misma dedicación y amor que ella tuvo por su Hijo.»

Monseñor Juan José Salaverry, OP

El ambiente se llenó de un silencio reverente cuando las palabras de la Escritura fueron leídas. El pasaje de Apocalipsis, 15, 3-4, nos recordó la victoria de los hijos de Dios: “Y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero: Grandes y admirables son tus obras, Señor Dios Todopoderoso.”

Las palabras del Apocalipsis invitaron a la feligresía a unirse al cántico de alabanza, reconociendo que María es, por siempre, la gran intercesora que nos lleva hacia su Hijo. Mientras tanto, Monseñor Salaverry nos recordó que María no solo es nuestra madre, sino también la madre que nos enseña el camino de la fe con ternura y firmeza:

«María, como madre, nos guía con una ternura infinita. Ella nos conoce, sabe de nuestras luchas, de nuestras dudas, y es la primera en interceder por nosotros. Ella es la madre que nos cuida y nos enseña a ser mejores, a ser dignos de ser llamados hijos de Dios.»

Monseñor Juan José Salaverry, OP

El Evangelio de Juan (2, 1-11) llegó con un llamado a la acción. María, presente en la boda de Caná, intercede por la falta de vino y dirige a los siervos a hacer lo que su Hijo les manda. Con una mirada profunda, Monseñor Salaverry destacó el mensaje de María:

«‘Haced lo que Él les diga’. En estos simples pero poderosos consejos de María, se encuentra la clave de nuestra fe: hacer lo que Jesús nos pide. No es suficiente pedirle un milagro; debemos estar dispuestos a hacer lo que Él nos manda.»

Monseñor Juan José Salaverry, OP

María, la Auxiliadora, como madre y maestra, no solo intercede por nosotros, sino que también nos enseña a ser obedientes, a confiar plenamente en las palabras de su Hijo.

El espacio se llenó de una sensación de comunidad, una conciencia colectiva de que, como hijos de María, estamos llamados a reflejar su luz y su amor. La homilía de Monseñor Salaverry culminó con una invitación a vivir el mes de mayo, mes de la Virgen, con la convicción de que María siempre está cerca de nosotros, auxiliándonos en cada paso, guiándonos con su ejemplo.

«María es nuestra luz, nuestra madre, nuestra protectora. Que este mes de mayo nos recuerde que siempre podemos recurrir a ella, no solo como una madre que intercede, sino como una madre que nos guía hacia la santidad.»

Monseñor Juan José Salaverry, OP

La concelebración de la Santa Misa reflejó la fraternidad y el compromiso de la Iglesia, especialmente de la familia salesiana, en la misión de llevar la luz de Cristo a todos los rincones del mundo. Esta multitudinaria presencia sacerdotal dio aún más profundidad a la solemnidad de la celebración, que fue vivida con fervor y devoción por todos los presentes.

Con el corazón lleno de fe y gratitud, la feligresía salió de la Basílica, renovada en su devoción y compromiso, sabiendo que, como María, también nosotros estamos llamados a ser luz en el mundo, a vivir como auténticos discípulos de Cristo.

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