«El sueño no resolvió mi vida, la encaminó»

Al estar ensimismado con “el personaje”, el narrador cuenta todo lo sucedido en primera persona. En este tipo de redacción, el escritor acepta “atar” sus conocimien­tos y percepciones a los del personaje, pero esto le permite, al mismo tiempo, “contagiar al protagonista” toda su intencionalidad y sus vibraciones, que son el objeto de su escritura.

¿Quién era entonces Juanito Bosco? ¿Era realmente así, como se lo pinta en el sueño? Por un lado ¿quién lo co­nocía mejor que el mismo narrador?, pero por otro, ¿no será que en realidad es como Don Bosco adulto desea que se lo perciba?

Un campesino pobre, ignorante e in­capaz

«Por aquella edad tuve un sueño», hace referencia a lo que escribe en la página anterior de las Memorias: “así llegué a los 9 años, mi madre quería entonces enviarme a la escuela” . Recién estaba iniciando la escuela primaria. Ya sa­bemos de sus ansias de estudiar, y de su gran capacidad para asimilar y re­tener cuanto aprendía; pero también conocemos muy bien su situación de orfandad, pobreza, conflictos con su hermanastro Antonio y la lejanía de su caserío de todo centro educativo o pa­rroquial. Este fue quizá, el sufrimiento más grande de este niño, un sufrimien­to que podríamos definir de “impoten­cia”. Lo marcará en las objeciones que manifiesta al “personaje luminoso” del sueño: respondí que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz.

Las circunstancias que entran en el mismo sueño: el lugar (la casa y el pa­tio), el escenario con animales y corde­ros, la formación religiosa (el rezo del Ángelus), la repulsión a la blasfemia, eran propios de su contexto campesino piamontés. Sabemos que, al iniciar la escuela en Castelnuovo, será humilla­do por su manera de vestir tosca y por su desproporción con la edad de sus compañeros de aula.

Un niño temperamental

Sin embargo, estas circunstancias con­dicionantes de su vida, no lo hacían un niño apocado, tímido o sumiso, por el contrario, se revela de un temperamen­to apasionado y vehemente de hecho, en el sueño, se gana una “reprimen­da” porque se lanzó inmediatamente en medio de ellos utilizando gritos y puñetazos para hacerlos callar. El “personaje” le advierte: no con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad. Es que Juanito, deberá aprender a encauzar su energía interior, canalizán­dola por medio del amor y la dulzura. ¿Quién hubiera dicho que este niño iba a ser el “padre de la amorevolezza sa­lesiana”?

El Juanito del sueño necesitará una muy buena escuela para formarse y cambiar.

Por eso, una buena Maestra

El personaje insiste que debe hacer “posible lo imposible” con la obedien­cia y con la ciencia. Algo nada fácil para él, pues reconoce que: “sobre todo en lo tocante a la obediencia y a la sumisión a los demás, eran cosas que me repugnaban mucho”. Nos sor­prende nuevamente que, quien será el fundador de una Congregación para los Oratorios, que iniciará atando en la frente de sus muchachos una cinta blanca con la inscripción “obediencia” tuvo que hacerse el primero en apren­der a obedecer.

En consecuencia, ante las graves limi­taciones de su contexto campesino y frente a las reconocidas fragilidades de su manera de ser, el personaje le dará la maestra, bajo cuya disciplina apren­derás a ser sabio. Juanito tiene que anotarse en su escuela y “obedecerle”, ¡hacerse su “discípulo”! Así Juan Bos­co justifica la aparición de semejante “Maestra” durante toda su vida.

En “Juanito”, el niño del sueño, todo está por hacerse. Más aún, tiene que encausar su vida poniéndose en la es­cuela de María, para aprender. Don Bosco escritor nos dice: el sueño no resolvió mi vida, la encaminó y des­cubrí en él quién me educaría. No soy ningún “genio”. Solo un niño que tuvo que aprender a obedecer a la Virgen, la Maestra… ¡Ella lo hizo todo!

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