El señor de los amigos

“Deberás ganártelos como amigos”, es una de las consignas que llevo conmigo como equipaje desde que salí de casa y vaya que me ha costado cargarla, pero considero que es importante no claudicar. Chieri, ¡allá vamos!

-¡Habla, vaquero! -Me han gritado- cerré los puños, apreté los párpados, seguí mi camino. Vaya bienvenida la que me han dado.

-¿Qué? ¿No tienes zapatos?

Miré mis zuecos, alcé la mirada y fui a ocupar mi lugar en el salón.   

He tenido que pasar y soportar muchas situaciones en las que me ha resultado casi imposible mantener la calma. Porque la consigna sigue en pie.

-¿Eres de aquí?  ¿también tú has salido de tu casa? Pregunté al de mi derecha.

-Y a ti ¿qué te importa?

Di la vuelta y vi a mi compañero sumamente triste -¿Te sucede algo? ¿Quieres conversar?

-Y ¿por qué mejor no te ocupas de tus asuntos?

Dejé muerta la respuesta en mi boca, tal vez no hubiera sido oportuna.

¿Tan difícil puede ser ganar la confianza? ¿Qué hace falta para que no me corran a palos cada vez que intento ser amigable?

La ciudad no es el campo en el que nos conocemos todos de toda una vida. Nos vemos nacer, crecer y morir. En la ciudad si llegas nadie lo sabe y a nadie le importa; todos son vecinos, pero nadie es amigo de nadie y cada quién desconfía de quien tiene al lado. ¡Qué fácil para mí era tener amigos en Morialdo! Aquí parecen todos peleados. ¿Es este mi lugar? ¿Aquí debo vivir los próximos años hasta mi ingreso en el seminario? Mis emociones son una pelea de gatos. ¿Esto será Chieri para mí? ¿Una jauría que domar? ¿cómo funcionará la consigna aquí? ¿Convertirlos en mis amigos o convertirme en su amigo?

Un hecho simpático se sucedió a ese mal momento. Precisamente cuando me quedé sentado en las escaleras. Allí junto había uno tan apaleado como yo.

-¡Qué tal, amigo!

Sin levantar la mirada respondió -¡Hola!

-No eres de por acá, ¿verdad?

-No, la verdad que vengo de Asti.

-¿Con tus padres?

-No, no vivo con ellos.

-¿Y qué te trae por acá? ¿estudiar o trabajar?

-La verdad, no lo sé…

-Pero, ¿qué sabes hacer?

-Yo creo que nada bueno…

-¿Sabes leer?

-No. Nada de escuela. Ni leer ni escribir…

-¿Ni tampoco jugar?

Levantó la cabeza y sonrió: -Para eso no se estudia-

Y al fin se hizo más llano el sendero. La desconfianza cedió el paso a las preguntas abiertas y a respuestas liberadoras. Se hizo corto el momento. Pactamos continuar en algún momento la conversación y traer con nosotros, la vez que se dé, un par de amigo más. Ambos ganamos mucho. La rabia que llevaba se apaciguó y esa pelea de gatos que traía dentro se volvió historia pasada.

La vida es un ensayo para lo definitivo. En cada situación vivida se espeja, de alguna manera, un futuro por venir; es una parábola pedagógica que en el momento justo evocaremos como lección aprendida: “para esto me he preparado todo este tiempo”. 

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