Desde la tierra de san Juan Pablo II hasta el corazón del Perú, el padre Román Olesinski ha recorrido un largo camino. Hoy, este misionero salesiano nacido en Polonia, se considera un peruano más. A través de su testimonio, nos recuerda que ser misionero es, ante todo, una elección de amor por el pueblo al que se sirve.
“Yo creo que recordar el pasado es fundamental. Esta tierra está ensantada, como dijo el Papa Francisco”, señala con emoción.
“El Perú es cuna de grandes héroes y de culturas milenarias, preincaicas e incaicas. Todo eso es un patrimonio que debemos apreciar y, sobre todo, servir en este momento que el Señor nos otorga”.
Con la tranquilidad que lo caracteriza, el P. Román recuerda la figura de Miguel Grau, a quien admira profundamente:
“Fue un verdadero caballero de los mares, que supo demostrar patriotismo y amor al prójimo, incluso respetando al enemigo. Su testimonio familiar, su forma de relacionarse, todo eso es digno de imitar. No solo hay que recordarlo, hay que seguir desarrollando ese espíritu”.
Comparte también su cercanía con la música andina:
“Me gusta muchísimo la música inca, las quenas… aunque no me atrevo a cantar, dice entre risas, porque un elefante me pisó la oreja”.
Pero el momento más entrañable llega cuando habla del Perú como su hogar:
“Para mí, esta es mi segunda patria. No tengo la nacionalidad peruana, como el Papa, que tampoco la tiene, pero en el corazón la llevo siempre. Cuando viajé con una hermana misionera a estudiar a Polonia, fuimos no como polacos, sino como peruanos de la Inspectoría Santa Rosa. Porque el Perú ya es mi casa, con otros hermanos jóvenes para amar”.
A lo largo de su vida misionera, el P. Román ha hecho suyas las montañas, la cultura y la fe de un pueblo que lo ha recibido con los brazos abiertos. Y hoy, con gratitud y humildad, lo dice con firmeza: “Ya soy parte de este pueblo. Soy peruano en el alma”.
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