Mis amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano, reciban mi cordial saludo como cada mes. Dejo hablar a mi corazón con esa esperanza y certeza que tenía don Bosco acerca de que juntos podemos hacer mucho bien y que el bien que se hace hay que darlo a conocer.
Antes de escribir mi saludo, leí toda la edición anterior del Boletín Salesiano. Siempre me lo ofrecen con antelación para escribir acorde con la temática. Me ha gustado mucho toda su diversidad y el precioso testimonio de cómo se puede ser salesiano desde la entrega cotidiana en el oratorio, en cada lugar donde niños y adolescentes -y jóvenes que los animan- encuentran un espacio que educa para la vida, saludable, educativo y de fe.
Al mismo tiempo, con dolor y preocupación, he leído la crónica sobre Sudán, donde la situación de todos es muy difícil y también la situación salesiana. Hoy deseo ofrecer otro hermoso testimonio, aunque esta vez no he sido testigo presencial, sino que relato lo que se me ha compartido.
La escena se desarrolla en Palabek (Uganda), donde al mismo tiempo que llegaban los primeros refugiados hace cinco años, hemos querido ir nosotros, salesianos de don Bosco, con los primeros refugiados. La tienda de campaña era el alojamiento, y la capilla para orar y celebrar las primeras eucaristías eran la sombra de un árbol.
A Palabek llegaban cientos de refugiados del Sudán cada día. Primero, a causa del conflicto en Sudán del Sur. Años después, siguen llegando. Ahora, a causa del conflicto en Sudán (se entiende del norte).
Quien me contaba lo que ahora les narro era el consejero general para las Misiones que había ido a Palabek días antes para seguir acompañando esa presencia en un campo de refugiados donde ya son decenas de miles las personas acogidas.
Hace diez días llegaba una mujer con once niños y niñas. Ella sola, sin ninguna ayuda había atravesado varias regiones llenas de peligro; había recorrido a pie más de 700 kilómetros a lo largo del último mes y el grupo de niños iba creciendo. Y es a esto a lo que me quiero referir, porque esto es humanidad y esto es amor. Esta mujer llegaba a Palabek con once niños y niñas a su cargo, y a todos los presentó como sus hijos. Pero seis eran sus hijos y habían estado en su vientre. Otros 3 eran hijos de su hermano que había fallecido recientemente y de quienes se había hecho cargo, y otros dos eran pequeños huérfanos que encontró por el camino, solos y, naturalmente, sin ningún papel (¡quién puede pensar en papeles y documentación cuando falta lo más esencial para vivir!), han pasado a ser hijos adoptados de esta mujer.
En alguna ocasión se le ha dado el calificativo de “Madre Coraje” a alguna madre que se ha dejado la piel por defender a un hijo hasta el final. En este caso, yo deseo atribuir a esta mamá de once hijos el título de Madre Coraje pero, sobre todo, “mujer que sabe muy bien lo que es amar”; quizá hasta duela, porque ella vive y ha vivido en la más absoluta indigencia con sus once hijos.
¡Bienvenida a Palabek, Mamá Coraje! Bienvenida a la presencia salesiana. Sin duda, se hará todo lo posible para que a esos niños y niñas no les falte alimento ni un lugar donde jugar y reír y sonreír -en el oratorio salesiano-, así como un puesto en nuestra escuela.
Este es el bien sencillo y silencioso que don Bosco hacía. Este es el bien que juntos hacemos porque, ¡créanme!, sentir que no estamos solos, tener la certeza de que muchos de ustedes ven con agrado y simpatía el esfuerzo que cada día hacemos en favor de los demás, nos da también mucha fuerza humana, y, de seguro, el Buen Dios la hace crecer.
Les deseo un buen verano. Sin duda que el nuestro será más sereno y cómodo que el de esta mamá de Palabek, pero creo poder decir que habiendo pensado en ella y en sus hijos hemos tendido, de alguna forma, un puente.
Sean muy felices.
Por Ángel Fernández, sdb