En memoria de Mamá Margarita, en homenaje a las madres peruanas.
En una humilde casa de I Becchi, en las colinas del Piamonte italiano, una mujer sencilla tejía con sus manos la historia de la santidad. Su nombre era Margarita Occhiena. Pobre, analfabeta, viuda a los 29 años, pero rica en sabiduría, fe y caridad. Era la madre de Juanito Bosco, el futuro apóstol de los jóvenes, San Juan Bosco. Y más aún, fue su primera maestra, su primera iglesia, su primer ejemplo de Cristo vivo.
Mamá Margarita no fue solo madre de Don Bosco. Lo fue también del Oratorio, de los primeros muchachos, de quienes no conocían el amor de una familia. Cuando Don Bosco comenzó su obra, ella dejó todo en su aldea y bajó con él a Turín. Allí cocinaba, lavaba, cosía, cuidaba a los enfermos, enseñaba a rezar… y sobre todo, amaba como solo una madre puede hacerlo.
En una carta, Don Bosco escribió:
«Cuánto debo a mi madre Margarita… Ella supo hacerme amar a Dios desde la cuna, enseñándome a rezar y a vivir en la presencia del Señor. Sin su testimonio, yo no sería sacerdote”
Memorie dell’Oratorio, cap. II
Su maternidad no fue un título, fue una vocación. Ella evangelizó con su vida, con su presencia fiel, con su ternura firme. En los años más duros, cuando el Oratorio era apenas un sueño asediado por el hambre y el frío, Margarita animaba a su hijo:
“Dios proveerá. Si estos muchachos no tienen madre, yo lo seré para ellos”.

En este mes de mayo, mes de la Virgen y de nuestras madres, queremos rendir homenaje a las mujeres que, como Mamá Margarita, son el alma del hogar y la luz en el camino de la fe de sus hijos. En los barrios de Lima, en los pueblos andinos, en las selvas del oriente, hay miles de Margaritas que, con sus manos callosas y su corazón de oro, enseñan a orar, a compartir, a trabajar, a confiar en Dios.
En una sociedad que a veces desprecia lo cotidiano, lo invisible, lo doméstico, la maternidad es una revolución silenciosa de amor. Porque toda madre que abraza a su hijo, que le habla de Jesús, que le enseña a vivir con dignidad, es misionera, es pastora, es santa sin altar.
Don Bosco, en su pedagogía del amor, sabía que ningún joven puede llegar a Dios si no ha sido tocado antes por el amor de una madre. Por eso decía con profunda convicción:
“La ternura de una madre es el primer eco del amor de Dios en el corazón de un niño”.
A todas las madres del Perú, gracias.
Gracias por no rendirse, por llevar a sus hijos en brazos cuando la vida pesa, por sus oraciones en silencio, por su fe viva.
Que Mamá Margarita las inspire, que María Auxiliadora las proteja, y que Don Bosco las bendiga.