Hay lugares donde la fe no se aprende, se respira. Donde el nombre de una madre no se pronuncia, se siente. En esta tierra cálida del norte peruano, cuando suenan las campanas de mayo, el alma sabe que algo sagrado está por comenzar.
No es una fiesta cualquiera. Es la celebración de María Auxiliadora, madre, guía y fortaleza para generaciones enteras que han crecido bajo su amparo. En el Colegio Salesiano Don Bosco de Piura, cada año, mayo es más que un mes: es una promesa renovada.
Desde los primeros días, los signos son evidentes: el altar se alista, los cantos se ensayan y el colegio se transforma en un mar de uniformes, flores y fe. Inicia la novena y, con ella, una cadena de jornadas profundamente sentidas.
Familias enteras, alumnos, exalumnos, devotos de todas partes… todos acuden con algo en común: una intención en el corazón.





Pero este año, un detalle especial ha marcado la celebración: la presencia del P. Juan Pablo Alcas, Inspector y piurano de nacimiento. Su prédica, cercana y cálida, ha tocado fibras profundas en la comunidad. «Habla con conocimiento, con la naturalidad de quien camina con su gente», comentan los asistentes. Su voz ha sido guía y compañía en estos días de fervor.
Y junto a él, como siempre, los rostros que sostienen esta tradición con manos discretas y corazones generosos. Como Marujita, guardiana silenciosa de esta devoción, o Gregorio Navarro, Don Goyo, quien desde hace casi 40 años cuida cada detalle, desde el orden de la procesión hasta las velas encendidas. Su amor por María Auxiliadora es una forma de vida.





El 24 de mayo llega. Piura se detiene. No es un día más: es el día de su Madre. La misa central congrega a miles.
No hay espacio que no esté ocupado, no hay rincón sin emoción. Y cuando la imagen de la Virgen cruza los umbrales del colegio rumbo al Santuario, el silencio se mezcla con cantos y lágrimas. La procesión avanza lenta, firme, emocionada.
La renovada anda, con 99 años de historia, se convierte en símbolo del tiempo que no apaga la fe. Las calles se visten de esperanza. Priscila, del Oratorio Salesiano, sonríe mientras camina. Ella, como tantos jóvenes, mantiene viva la llama con su alegría y compromiso.
Y mientras la noche cae, el fervor no se apaga. Al contrario, crece. Porque esta fiesta no se limita a un día: es un legado que se transmite.





Una promesa de amor que renace cada mayo. Una historia que Piura sigue escribiendo, con fe, con gratitud, con María Auxiliadora al centro del corazón.
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