Los amigos y amigas hacen crecer

 Bruno Ferrero SDB

 “La amistad es un fruto que madura lentamente”, dijo Aristóteles. Por tanto, es una realidad que puede ser sembrada y cultivada. Los padres pueden hacer mucho para ayudar a sus hijos a ser sociables, a convertirse en personas capaces de tener relaciones constructivas y satisfactorias con los demás.

La amistad es un recurso indispensable para el crecimiento armónico de los hijos. Especialmente en estos tiempos, tiene que ser orientada y acompañada.

Los hijos y los amigos

Ignorar lo que ocurre entre los propios hijos y sus amigos es dejar de lado una parte fundamental de sus vidas desde los primeros años. Las relaciones con los pares son fundamentales para el desarrollo armónico de la personalidad. Ayudar a los hijos a cultivarla desde pequeños, poco a poco, es enseñarles a ir componiendo el rompecabezas  de su identidad e ir fortaleciendo los instrumentos sociales indispensables para todas las formas de convivencia futura.

El juego es un extraordinario instrumento para el aprendizaje y pone las bases para aprender a reconocer los sentimientos de los otros. Tener cerca un compañero aumenta la confianza en sí mismo, guía hacia la autonomía y atenúa el estrés en los momentos delicados. A partir de la preadolescencia, se agregan también la lealtad y el compromiso.

El valor de la amistad

Tener un amigo como hombro sobre el cual llorar o como oído para escuchar marca el inicio de una nueva autonomía de los hijos e hijas respecto a los padres, y permite exorcizar miedos y temores que a los adultos les cuesta comprender.

La tarea de los padres y madres en este campo no es fácil: tienen que dejar libertad de elección a sus hijos e hijas, pero tienen que mantener absolutamente un control de autoridad. Todo lo que con tanto esfuerzo enseñaron a sus hijos tendrá que superar la prueba más severa que existe: el grupo de pares y los amigos. Los padres tienen que seguir estando al lado de los hijos, aunque cada vez de una manera más discreta y sin intromisiones demasiado visibles.

Los padres y madres  tienen que conocer y valorar con la mayor atención la atmósfera que reina en el ambiente extrafamiliar: escuela, ciudad, barrio. Son el gimnasio en el que cotidianamente se ejercitan sus hijos. A menudo, las amistades son caminos en subida y los padres tienen que afrontar junto a sus hijos las pequeñas y grandes dificultades de las relaciones. Con coraje, decisión y sentido de la realidad.

Ni minimizar ni facilitar

Los sufrimientos de los niños y niñas son cruelmente poco valorados por los adultos. Si a un hijo le cuesta tener una amistad, hay que aceptar su timidez. A un niño aislado o maltratado por el grupo hay que ayudarlo a adquirir las habilidades necesarias para que los otros lo acepten.

Acercarse a otras personas significa también correr el riesgo de ser criticados o rechazados. Un joven suficientemente seguro de sí mismo enfrenta ese riesgo y no se deprime por dificultades pasajeras. Si su hijo/a es rechazado/a por sus compañeros, examinen con él/ella la situación, teniendo en cuenta también las motivaciones que pueden llevar a los otros niños a adoptar una actitud de rechazo o de burla. Y pongan los remedios necesarios. Explíquenles que en la vida no se puede agradar a todos ni ser siempre vencedor. “Si tus compañeros te hieren, no significa que no vales nada. Tienes muchas buenas cualidades”.

Cuando un hijo sufre sin reaccionar, pongan en alerta sus antenas y procuren captar las señales -verbales o no- típicas del bullying, como el deseo de ya no ir a la escuela, el encierro en sí mismo, el rechazo de hablar de los problemas, las notas malas, el llanto en el corazón de la noche. Digan a sus hijos que están dispuestos a escucharlos cuando quieran. Háganlo saber a sus educadores y no se sientan culpables por eso. Las subidas y bajadas en las relaciones son normales, también entre los niños y las niñas.

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