El difícil arte de socializar

Por Bruno Ferrero, sdb

Aprender a hablar y aprender a expresarse es un arte necesario para el buen crecimiento de los hijos e hijas. Pero hoy quiero hablar de un arte todavía más difícil y más decisivo: el arte de socializar.

Desde el comienzo de su existencia, y sin saberlo, los niños van construyendo su propia actitud de socialización. Aunque no tengan todavía las ideas claras y carezcan de la necesaria autonomía, cada uno de ellos la va desarrollando o limitando de acuerdo a los estímulos o condicionamientos que les toca ir enfrentando. En esa experiencia, la familia se juega buena parte de su credibilidad.

Si un hijo regresa de la escuela o del colegio con cara de adulto recién despedido, es probable que haya sufrido alguna forma de acoso social. Aunque algunos administran el estrés mejor que otros, los borrascosos altos y bajos de las relaciones con los amigos y amigas, con el grupo de iguales o con los rivales, preocupan intensamente a los niños y adolescentes durante la edad escolar.

Muy pocos lo piensan, pero ellos tienen que aprender en poco tiempo una cantidad impresionante de habilidades: comprender a los otros y adaptarse rápidamente, ser capaces de resolver los conflictos interpersonales sin recurrir a la agresividad, saber observar su propio comportamiento mientras se relacionan o interactúan con los demás, construir y conservar una buena imagen pública, saber presentarse ante los demás de manera adecuada”, etc. Es un deber innato… Pero muchos adultos son incapaces de “convivir”.

Construyendo relaciones
Cada persona nace con un determinado bagaje de capacidades sociales básicas. Pero a medida que crece, tiene que estar muy atenta para evitar cometer actos impulsivos que puedan alejarla de sus potenciales amigos. El que se equivoca queda condenado a la marginación y a la soledad.

Durante la adolescencia estar juntos no es solo un placer. El grupo constituye una especie de armadura protectora para sus miembros. Quien observa a un grupo de adolescentes dar vueltas por un centro comercial, quedará impactado por la impresión de poder e invulnerabilidad que emana de cada uno de sus integrantes. Juntos están prontos para decir y hacer cosas que no dirían ni harían nunca si estuvieran solos.

Ya desde la enseñanza inicial, los niños comienzan a consolidar amistades, son capaces de telefonear a sus amigos y hasta de tener serias discusiones con ellos. En esta etapa puede aparecer el bullying.

Los padres y madres deben estar alerta ante la posible marginación o el acoso escolar que pueden sufrir sus hijos, y tratar de detectar sus debilidades para intervenir y denunciar ante la escuela cualquier situación de burla, amenaza o bullying. Es su derecho y responsabilidad tomar medidas decisivas para proteger a sus hijos.

A partir de la secundaria, los adolescentes se preocupan por los juicios crueles de sus pares y temen ser olvidados o rechazados. La autoestima puede verse afectada por detalles como su forma de ser, amistades o música favorita. Es como vivir bajo una tiranía de sus compañeros. Muchos luchan con el dilema de buscar popularidad o ser ellos mismos. La mayoría resuelve esto manteniendo una aceptabilidad social y siendo fiel a sí mismos, aunque la presión social siempre está presente.

Un apoyo necesario
Los padres deben apoyar y guiar a sus hijos en su experiencia social. Deben entender que los resultados sociales son más importantes que los resultados escolares y estar disponibles para escuchar sus problemas. La escuela puede proponer técnicas, como tener estudiantes populares «adoptando» a los más rechazados, que pueden tener éxito, especialmente cuando son los mayores del grupo quienes los guían.

No pueden olvidar que tienen que sostener y animar especialmente a los niños y adolescentes dispuestos a seguir sus propias inclinaciones y a remar contra la corriente del conformismo social. Y sería muy oportuno estimular a todos, porque un cierto grado de independencia social siempre es beneficioso.

El pediatra de Laura, una muchachita de 11 años, quería prescribirle unos medicamentos porque su comportamiento social no se adaptaba al grupo: le gustaba estar y actuar por su cuenta, despreocupada totalmente de los juicios de los demás. Laura no quería tomarlos. Cuando se le preguntó el motivo de su negativa, respondió: “Porque no son originales. Y corro el peligro de serlo. Durante los recreos me gusta sentarme sobre una piedra a leer poesías. Estoy hecha así. La gente piensa que soy extraña. Pero no es verdad. Solo soy original y hago lo que me gusta. Esa medicina me hará ser como todos los demás. ¿Por qué no puedo ser como soy?”.

Si a una hija le gusta leer poesía sentada sobre una piedra, entusiásmenla a hacerlo, aún a riesgo de lo que vayan a decir u opinar quienes la vean. Si a un hijo de 13 años le gusta coleccionar mariposas y los demás piensan que es un excéntrico, ayúdenlo a ampliar su colección. Dejen que sus hijos e hijas afirmen su personalidad, animando su individualidad y aplaudan su coraje.

Y no dejen de verificar el salto cualitativo más importante que tienen que dar los adolescentes para consolidar su crecimiento: pasar de estar con los otros a ser para los otros. No se trata solo de una elección de valores, que lleva a adoptar determinadas actitudes y comportamientos y a promover el sentido de disponibilidad, generosidad y solidaridad. Es mucho más: se trata de una inversión bien calculada sobre el modelo de adultez que procurarán alcanzar en su vida futura.

Las experiencias que contribuyen a orientarlos hacia este modo de entender la vida social tienen que realizarse con gradualidad y continuidad, en los varios ambientes de la vida, asegurando continuidad entre los varios roles que los adolescentes viven cotidianamente, e integrando también las disonancias críticas que pueden surgir, que son útiles para vivir en el mundo sin tener que adecuarse pasivamente.

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