No es posible alimentar la esperanza en un futuro mejor
cuando somos incapaces de experimentar “hoy”
parte de lo deseado, de lo prometido.
Santiago Casanova, “Educar en la esperanza”
Para que la oruga llegue a ser mariposa no se requiere que ocurra un milagro, sino un proceso. Para que la semilla desarrolle el potencial de vida que lleva dentro y sea un árbol no es suficiente que sea latente, es importante que “pise” tierra y mejor aún si es “cultivada”. Para que la evangelización y la educación generen el cambio que podrían aportar no basta que se haga un proyecto ni se exijan resultados, sino que debe darse un proceso. Quien educa y evangeliza sabe que lo hace en esperanza.
Sembrar y soñar. No hay mejor consigna para educar y evangelizar. Quien trabaja en esperanza no es ingenuo, pero sí optimista. No se angustia por el futuro, pero sí cree que puede ser mejor.
La esperanza nos hace atrevidos. Nos mueve hacia adelante, hacia los mejores procesos: soñar y convertirnos, aprender y mejorar. Quien tiene esperanza sabe que, aunque lento sea el ritmo de la andanza, siempre se llega. Lo penoso no es que se alarguen los plazos, lo penoso es que no nos movamos.
La realidad no se padece ni se acepta, se la enfrenta, y una de las mejores maneras de hacerlo es transformarla. La educación, la evangelización, tienen esa fuerza. La pregunta que nos circunda sería ¿tenemos la esperanza suficiente para que esto ocurra? No es posible educar o evangelizar sin esperanza. O hay esperanza o no hay educación o evangelización posible.