Su vida misionera surgió al final de sus estudios de Teología en Yaundé, Camerún, durante un retiro espiritual, cuando la prédica de un obispo sobre la misión lo hizo replantear su vocación.
Tras su llegada al Perú en 2017, sus hermanos de la Inspectoría Salesiana “Santa Rosa de Lima” lo acogieron con los brazos abiertos, lo ayudaron a adaptarse de manera rápida.
Los jóvenes me acogieron con un corazón abierto, con sus preguntas y curiosidades.
Hoy, después de 8 años en tierras peruanas, sostiene que lo más valioso que ha aprendido en todo este tiempo es recibir de los demás, más que dar de sí mismo.
Uno tiene la pretensión de que en la misión va a dar esto, va a ofrecer aquello, pero no es así. Aprendí que soy yo quien recibe más, soy yo quien aprende más, soy yo quien descubre.
Uno de los principales rasgos que definen a los misioneros, sostiene el padre, es sobre la disponibilidad de poder servir a los jóvenes, servir a la gente nos rodea.
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