A pesar de su discapacidad auditiva y vocal, Arturo Maldonado es un ejemplo de entusiasmo y alegría. Dedicó 46 años de servicio a la Inspectoría Salesiana: 35 en la imprenta y 11 en la librería-editorial. Su hija Samanta es su mayor fuente de inspiración. Su pasión por los gallos y el fútbol reflejan su espíritu inquebrantable.
A palabras necias, oídos sordos Para Arturo “Mudito” Maldonado discapacidad no es sinónimo de incapacidad. Ser sordomudo no le ha cerrado ninguna puerta; por el contrario, le permitió comprobar que las limitaciones no están ligadas a su condición, sino a la impresión de la sociedad.
Apasionado por los gallos y el fútbol, especialmente por la selección peruana, Arturo ha dedicado 46 años de su vida a trabajar en diversas áreas: imprenta y librería
¿Cómo vas a aprender? ¡No escuchas!
En 1976, a sus 16 años, postuló para ingresar al Centro No Estatal de Capacitación para el Empleo Salesiano (CENECAPES), no obstante, el Padre Gaetano Martignon, director en esa época, no aceptó su ingreso. Todo indicaba que enseñarle a Arturo era casi imposible ¿Cómo iba a aprender? No escuchaba. Para aquel entonces, Maldonado ya sabía leer los labios y aún podía escuchar ruidos fuertes.
Pedro Maldonado, su padre, fue un pilar indispensable en su vida y, aún después de su muerte, lo recuerda con profunda admiración. Su papá, en busca de lo mejor para su hijo, buscó a Fermín Marinas, docente y viejo amigo, para lograr convencer al Padre Martignon de acceder a la petición de ingreso. Aceptó. Luego de dos años de esfuerzo, se especializó en Tipografía y Encuadernación.
El 11 de marzo de 1978 comenzó a trabajar en la que sería su segundo hogar durante 35 años: la Imprenta Salesiana. Fue, nuevamente, su papá, quien ya trabajaba en el área de carpintería en el Politécnico Salesiano, el que facilitó su ingreso, gracias al Padre Kazimierz Kochanek, polaco salesiano. El encuadernador sería conocido por todos, de manera cariñosa, como el “Mudito”.
Logré mi meta
Con 65 años, Arturo, siempre acompañado de su característica sonrisa, dice que logró su meta. Aquella meta que comenzó a perseguir siendo muy joven, a los 18. “Logré mi meta, y eso es gracias a Dios”, comenta. Hace un recorrido por tantas experiencias, y lo que más valora son sus compañeros de trabajo, con quienes compartió momentos gratos.
De manera especial, recuerda a sus amigos de la editorial salesiana y a los salesianos que ya han partido. “También valoro a mis jefes”
Y es aquí donde me permito compartir una breve reflexión del escritor uruguayo Mario Benedetti: “A medida que terminamos nuestra carrera laboral, nos preguntamos qué huella hemos dejado en el mundo y cómo seremos recordados”.
Sin duda, Arturo será recordado como el hombre alegre, aquel que, con sus gestos y su firmeza, transmitía pasión por lo que hacía.





