El Hno. Miguel Seminario está próximo a ordenarse como sacerdote. En este pequeño encuentro, nos comparte pasajes de su vocación religiosa y cómo se enamoró de los salesianos.
¿Cómo conociste a los salesianos?
Conozco a los salesianos desde que tengo uso de razón, más o menos desde los cinco años. Asistí al oratorio del Santuario de María Auxiliadora en Chosica, y desde entonces recuerdo con cariño a los salesianos.
Cuando los novicios bajaban, jugábamos con ellos. En ese tiempo estaban el padre Marino De Para, el padre Moisés Quirse, el padre Canales, y luego vinieron el padre Matías Lara y el padre Ricardo Lach.
También en casa había mucha devoción a María Auxiliadora, y eso marcó mi acercamiento.
Lo que más me atrajo de los salesianos fue su cercanía, paternidad y preocupación por cada joven. En el oratorio nos hacían sentir parte de una familia; eso lo llevo siempre conmigo.

¿Cuándo sentiste el llamado vocacional?
En el 2013 entré en un momento de discernimiento vocacional, aunque la inquietud nació antes, en el 2009, cuando llegó el padre Luis Pastor.
Con su testimonio de vida pensé: “¡Guau, eso es ser salesiano! ¡Qué chévere! Yo también quiero serlo.”
El padre Luis nos hacía sentir a todos sus preferidos; transmitía cariño y cercanía. Poco a poco, eso despertó en mí el deseo de servir al Señor. Él me confió un oratorio llamado Jesús Adolescente, en una de las periferias de Chosica. Mientras estudiaba y trabajaba, fui descubriendo ahí mi vocación. Así comencé mi camino de discernimiento acompañado por el padre Luis Pastor.

¿A quiénes recuerdas con especial cariño en tu etapa de formación?
Recuerdo con gratitud al padre Carlitos Cordero, en el aspirantado. Admiré su disponibilidad y entrega sencilla para compartir con nosotros el espíritu salesiano “a flor de piel”. También al padre Santiesteben, de cariño lo llamábamos “Washi”. Fueron dos salesianos mayores que me marcaron profundamente. No puedo dejar de mencionar al padre Pablito Corante: un salesiano correcto, elegante y cuidadoso. De él aprendí la importancia de la liturgia bien celebrada, con orden y detalle: todo limpio, planchado y preparado.
A lo largo de mi formación, conocí a muchos salesianos y familias en Colombia, Ecuador y Chile que me enseñaron muchísimo. Recuerdo con especial cariño al padre Severino Tardivo, un misionero italiano con quien conviví en Chile, en el Teologado. Fue un verdadero testimonio de vida consagrada.
En estos años de formación, ¿Qué es lo que más valoras?
Valoro mucho la preocupación de mi Inspectoría por quienes realizamos la formación fuera del país. Mi formación ha sido diversa: el aspirantado y prenoviciado los hice en Perú; el noviciado, postnoviciado, tirocinio (en el Rímac) y teologado los viví entre Chile, Ecuador y Colombia.
. Esa experiencia me enseñó que el carisma salesiano trasciende fronteras. No es algo que se vive solo en tu país o en tus cuatro paredes; es un don que inspira en cualquier cultura.
Un salesiano me dijo una vez: “Te consagras no para una inspectoría, sino para la congregación.” Y eso lo he confirmado: ver el mismo espíritu salesiano en tantas partes del mundo ha sido muy enriquecedor.

¿Qué sentimientos te genera estar a punto de ser ordenado sacerdote?
En este momento me siento emocionalmente removido: hay mucha alegría, compromiso y gratitud. Me invade el deseo de ponerle “punche” a todo lo que viene, reconociendo la gracia de Dios en cada paso. También me siento pequeño en sus manos, confiado en que Él me ayudará a ser un buen sacerdote y pastor.
El sentimiento que predomina es agradecimiento y esperanza, aunque también hay un poco de temor… pero es un temor esperanzado.
Como salesiano y como joven sacerdote, ¿Cuál es tu compromiso en esta nueva etapa?
Mi compromiso es entregarme cada día con alegría, ahora con un ministerio en las manos y en el corazón. Quiero ser para los jóvenes un padre, un amigo, un consejero, un compañero de camino. Deseo estar cerca de ellos, especialmente de quienes más lo necesitan, no solo en lo material, sino también en lo espiritual y afectivo.
Creo que mi misión será caminar junto a los jóvenes para sanar heridas, acompañar procesos y construir amistad, porque para Don Bosco la amistad, la fraternidad y la familiaridad eran pilares del Sistema Preventivo.
La afectividad genera confianza, y la confianza genera familia. Ese será mi horizonte: vivir y transmitir el amor de Cristo al estilo de Don Bosco.
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