Por Rubén Dávila Calderón
Psicólogo – Promoción salesiana 1981
La vida de una persona es la suma de cambios. Ya sea adaptándonos, aceptando y gestionando nuestro día a día; el cambio es el resultado del aprendizaje, la evidencia que estamos vivos y de que el mundo está en nuestras manos. Y si a esto le agregamos la palabra de Dios como referente y guía, ese ingrediente, como la miel en un turrón de doña Pepa, le da un toque único que hace que los salesianos nos reconozcamos unos a otros.
De alguna forma, somo acumuladores, es una forma de sentirnos exitosos. A veces me pregunto por qué guardo cosas, por qué no me deshago de ellas. Siempre uso la frase “pero puede hacer falta, y se puede necesitar”. No digo que esté mal, pero hacerlo simplemente por tenerlo en mi poder es retener, acumular, no dejar ir. Cada mudanza, cada vez que se rompe un cajón lleno ropa, o cuando el montículo de ropa se cae de la silla convertida en perchero o el cajón abierto se desmorona, me hago la misma pregunta. ¿Les suena familiar lo que están leyendo? Pues eso mismo es retener, acumular, no dejar ir. Esto no solo sucede con la ropa o los zapatos, si miras a su alrededor, podrás comprobarlo. Incluso si abres tu billetera o cartera y sacas todo lo que está dentro, encontrarás la misma respuesta: repleta de papelitos, notas, tarjetitas, boletos, vouchers, que ya están en blanco porque se borró el contenido, o que llevas meses llevándolos a todas partes sin saber por qué, simplemente porque en algún momento fueron importantes y ahí se quedaron hasta hoy.
Aunque parezca mentira, nuestro afán por acumular también se hace extensivo a hacerlo con las personas cercanas, con nuestra vida en todo sentido. Y en algún momento nos damos cuenta de que no podemos retener, guardar, conservar todo lo que quisiéramos. Por más simple que parezca el desprendernos intencionalmente de algo o alguien, nos cuesta y nos genera muchas veces dolor. No importa lo que hagamos, siempre lo compararemos con el pasado. Si fue algo bueno ese pasado, nos negaremos a aceptar que puede haber algo mejor. Y si no fue tan bueno, pensaremos que todo lo que venga va a ser igual de malo o peor.
Con el tiempo, estoy aprendiendo a través de cambio, y me doy cuenta de que tengo y tendré que vivir haciendo:
- Transiciones: es decir, que hay cosas que debo empezar a hacer con anticipación, no esperando que se termine o colapse para recién pensar en hacer algo nuevo o diferente.
- Reconversiones: tener claro que lo que estoy haciendo ahora, en algún momento voy a tener que dejar de hacerlo para hacer otra cosa nueva y diferente, algo completamente distinto. Tengo que visualizar de alguna forma cómo será el futuro mediato, para comenzar a trabajar en ello, prepararme para eso que aún no estoy haciendo y que nadie está haciendo, pero yo reconozco que por ahí está el futuro.
- Transformaciones: se trata de aceptar que, con todo lo que venimos viviendo en el mundo, no hay forma de prever, ni siquiera calcular, lo que sucederá dentro de 3 o más años. Esto nos genera estrés, ansiedad o depresión debido a la incertidumbre. Por ello, es importante tener SIEMPRE un plan B, incluso si el plan A está funcionando. Así como nos preparamos en las reconversiones en ese plan A del futuro, también debemos prepararnos para ese plan B, que de pronto no creemos que suceda, pero aun así debemos estar preparados para ello. Según los últimos estudios, las nuevas generaciones no solo contarán con un plan B, sino también un plan C y plan D. Para cada uno de ellos deben prepararse para LLEGAR A SER antes de DEJAR DE HACER.
No importa a qué te dediques, cuántos años tengas, qué estudies, dónde vivas o con quién vivas, la vida está hecha de cambios. Prepararse para un futuro cada vez más incierto, volátil y contradictorio, evitará que nuestras caídas sean profundas y que la experiencia de dolor dure menos tiempo. ¡BIENVENIDOS A LOS TIEMPOS DE CAMBIO!