Misión en Comunidad Puerto Pijuayal. Un pedacito de cielo

El relato de una voluntaria que parte hacia una misión con mucha confianza en Aquel que la envía. La incertidumbre es superada por la fe, y el tiempo invertido en el camino hacia la misión es valorado como parte del plan perfecto de Dios.

Testimonio de Diana Elizabeth Núñez Linares
Voluntariado Misionero Salesiano
Enero de 2023

El 16 de enero hacía la ruta Lima-Tarapoto-Yurimaguas-San Lorenzo, en avión, auto y avioneta. Gracias a esta última evitamos ocho horas por río. Conocí a Pamela, catequista en la Parroquia San Lorenzo, Datem del Marañón, Loreto, y al padre Alberto SDB, misionero Ad Gentes, párroco de Santo Tomás Apóstol de Andoas.

Organizamos todo y partimos a San Fernando, cuatro horas por río, cargamos lo faltante a la chalupa y continuamos hasta Puerto Pijuayal, otras cuatro horas, a una comunidad de la etnia Kandozi. Al llegar, conocimos a Matama e instalamos el campamento en el emponado de Manuel.

Oír hablar más kandozi que español me hizo cuestionar sobre cuánto de lo que diría sería bien entendido. Al anochecer, terminaba de asimilar que estaba allí. Las expectativas de alojamiento eran mínimas: sin electricidad, ni agua potable o desagüe, sin internet ni señal telefónica, pero la realidad fue alentadora: carpas bien ubicadas, pozo de agua cercano y algunos paneles solares. Insectos y arañas eran otra historia.

Iniciábamos cada día con rezo de laudes y Eucaristía, luego desayunábamos y preparábamos alguna bebida y el panetón para el momento de oratorio, catequesis; risas por doquier e incansables saltos. Al pasar el medio día comíamos algo, seguía la alfabetización de adultos y juegos con los niños. Al final de la tarde, un pequeño compartir y el “buenas noches”.

Su curiosidad y breve tiempo de atención convertían juegos y canciones en buenos recursos. Los temas se redujeron y centraron en una frase que apuntamos en español y kandozi.

Salud, alimentación, el valor que se da a la persona, especialmente a las mujeres, son grandes debilidades, sin embargo, como decía padre Alberto, “por más problemas que les toque vivir ellos sienten que la vida vale la pena vivirla y la viven felices”.

Los niños convertían cada actividad en fiesta, eran muy disponibles y quienes no parecía ser más por retraimiento que por desgano. Por las noches, valorábamos la dedicación de Cecilia en la alfabetización, la disponibilidad de Anita y Brita, y comentábamos la necesidad de empoderamiento que tienen “los hijos Kandozi de Dios”.

El último día, el aula, que también servía de capilla, se decoró con globos para celebrar la fiesta de Don Bosco. Después de las últimas fotos y premios era momento de levantar el campamento y volver a cargar la chalupa, con más ayuda que cuando llegamos y con rostros conocidos despidiéndonos.

Pasamos dos días en San Fernando, jugamos con los niños, recordamos a Don Bosco y participamos de la Eucaristía. La última noche, en San Lorenzo, antes de retornar a Arequipa, agradecí haber compartido la misión con Pamela y con padre Alberto, misionero itinerante, padre, maestro y amigo que sigue haciendo Iglesia e historia en nuestra Amazonía, la oportunidad que me dio padre Józef en el programa de Voluntarios Misioneros Salesianos y haber conocido a algunos “hijos de la selva”. Fue una experiencia única, memorable y valiosa.  En mis oraciones ahora habrá algunos rostros y lugares de ese pedacito de cielo.

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