domingo, 6 julio 2025
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«Los padres somos como faros, hija. No siempre estamos en el centro del barco, pero alumbramos el camino»


En un pequeño pueblo costero llamado Bahía Clara, vivían tres personas muy distintas pero unidas por un lazo invisible de amor, lucha y esperanza. Ellos eran Mateo, un padre de familia trabajador; Lucía, su hija de 10 años, curiosa y sensible; y Tomás, el abuelo de Mateo, un hombre sabio que hablaba poco, pero cuando lo hacía, cada palabra parecía venir del viento mismo.

Mateo era pescador. Cada madrugada salía al mar, sin importar el frío ni la lluvia. Mientras la mayoría dormía, él ya estaba remando mar adentro. No tenía lujos, pero tenía algo que lo hacía fuerte: el compromiso.

«Los padres somos como faros, hija,», le decía a Lucía mientras le acomodaba la mochila para la escuela. «No siempre estamos en el centro del barco, pero alumbramos el camino para que no se pierdan.»

Lucía admiraba a su padre. Sabía que no era como otros papás que salían con traje y corbata. El suyo tenía las manos ásperas y la espalda cansada, pero también los abrazos más firmes y las palabras más sinceras.

Una noche, una fuerte tormenta azotó Bahía Clara. Las olas rompían contra las casas y muchas familias se vieron obligadas a evacuar. Mateo, como tantos otros padres del pueblo, no pensó en sí mismo: pensó en Lucía, en su casa, en mantener su mundo a salvo.

«Papá, ¿tienes miedo?», le preguntó Lucía, abrazándolo mientras el viento golpeaba las ventanas.

«Claro que sí,», respondió Mateo, «pero el valor no es no tener miedo, es seguir adelante a pesar de él. Mi trabajo es que tú puedas dormir tranquila, aunque yo no cierre los ojos.»

A la mañana siguiente, cuando la tormenta cedió, se supo que Mateo y otros padres habían ayudado a rescatar a familias atrapadas, arreglar techos y repartir comida. Nadie lo esperaba de ellos, pero lo hicieron, sin pedir nada a cambio.

Fue entonces cuando el abuelo Tomás, sentado frente al mar con su bastón y su mirada lejana, murmuró:

«Los verdaderos héroes no llevan capa, llevan silencio. Y aún así, sostienen el mundo.»

Desde ese día, Lucía ya no veía a su padre solo como el hombre que salía a pescar. Lo veía como lo que realmente era: el faro en su tormenta.


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