P. Fabio Attard, Sdb – Rector Mayor – Discurso – Apertura de las celebraciones por la canonización de sor María Troncatti, FMA
(ANS – Roma) – La vida de Santa María Troncatti, una mujer de montaña que se convirtió en misionera en la Amazonía nos habla con fuerza en nuestro tiempo. Su experiencia, a pesar de la sencillez de sus orígenes, ofrece respuestas concretas a las preguntas que atraviesan nuestra época: ¿cómo vivir una vida significativa? ¿Cómo ejercer un liderazgo auténtico? ¿Cómo tender puentes en una sociedad fragmentada?
LA COHERENCIA COMO FUNDAMENTO DE LA ACCIÓN
María descubrió su vocación leyendo el Boletín Salesiano. Fue una chispa que encendió una profunda conciencia, madurando en una decisión que orientaría toda su existencia. La elección supuso un costo personal significativo, pero María había comprendido una verdad esencial: «Uno se entrega una sola vez y para siempre». Este primer mensaje nos interpela directamente: cuando identificamos lo que da sentido a nuestras acciones, debemos vivirlo con total coherencia, sin compromisos que vacíen su esencia. María también encontraba sentido en las acciones cotidianas aparentemente marginales, enseñándonos que la excelencia no consiste en realizar gestos extraordinarios, sino en afrontar con extraordinaria dedicación las responsabilidades ordinarias.
LA PROACTIVIDAD COMO EXPRESIÓN DE RESPONSABILIDAD
«Vamos, voy enseguida» era la respuesta constante de María. A cualquier hora, en cualquier condición, se ponía a disposición. No esperaba pasivamente a que se manifestaran las necesidades: las anticipaba, las interceptaba, las afrontaba. Cuando llegó a Ecuador declaró: «Voy con todo el corazón: mi pensamiento está siempre en la misión». Ese «con todo el corazón» representa un elemento distintivo de la acción eficaz: no se actúa con tibieza o distanciamiento. Sea cual sea nuestro ámbito de responsabilidad, requiere una inversión total de nuestra energía y pasión. Ante los excepcionales resultados de sus cuidados médicos, María mantenía la lucidez y la humildad: «Es Dios quien lo hace todo. Yo rezo y Él cura. Yo no soy nada». Esta conciencia nos remite a una verdad fundamental: somos instrumentos al servicio de algo más grande, colaboradores en la promoción de contextos más humanos, saludables y ricos en relaciones. Su programa era claro: «Corazón grande, corazón de madre… corazón más bueno que justo».
En un contexto a menudo caracterizado por el cinismo y la dureza, esto representa un desafío a contracorriente: actuar con generosidad, con una capacidad de comprensión que vaya más allá de la mera aplicación de las normas, con una auténtica disponibilidad para entregarse por el bien común.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ COMO ELECCIÓN CONCRETA
En la selva amazónica, María se vio inmersa en violentos conflictos entre colonos y poblaciones indígenas. Deliberadamente, decidió actuar como mediadora, construir el diálogo y ofrecer la reconciliación. Lo hizo de manera concreta, cuidando a todos sin distinción. María no se presentaba como una figura sin límites. Con honestidad reconocía: «No soy buena, pero quiero ser santa». Admitía su carácter impetuoso, pero trabajaba constantemente para transformarlo. Este mensaje es liberador: no es necesario ser perfecto para actuar de manera significativa. Es necesario querer sinceramente crecer, mejorar, transformarse. Este proceso de autenticidad genera un testimonio creíble. María, en las diversas situaciones críticas, comunica una determinación fruto de una personalidad madura. Esta cualidad nos interpela de manera muy cercana: en una época caracterizada por la incertidumbre y los miedos generalizados, se necesita el valor de la coherencia. No el valor de quien es inconsciente, sino de quien, consciente de los riesgos, elige actuar según sus propios valores.
Su fuerza provenía de la dimensión espiritual, de la oración, de la Eucaristía. Si queremos generar transformaciones auténticas, debemos cultivar esa dimensión interior que nos arraiga y nos orienta.
LA LLAMADA QUE RESUENA HOY
Cuando le traían niños que, según la «ley de la selva», debían morir, María proclamaba: «Yo misma lo gritaré a los cuatro vientos: ¡traedlos todos a mí! ¡Seré madre para ellos!». Hoy esa voz resuena como una llamada universal: estamos llamados a defender el valor de cada persona, a combatir la cultura del descarte, a dar testimonio de que el amor es más fuerte que el odio, que la paz es posible, que vale la pena invertir la propia vida por los demás. María concluyó su existencia afirmando: «No tengo más que dar que a mí misma». Y fue más que suficiente. Cuando se da todo con autenticidad, esa ofrenda genera frutos que superan todas las expectativas.
EL MENSAJE DE LA HERMANA MARÍA TRONCATTI
La vida de sor María Troncatti nos transmite hoy que la autenticidad, el coraje, la dedicación total y la capacidad de tender puentes no son cualidades abstractas, sino elecciones concretas cotidianas. Cada uno de nosotros tiene una contribución única e irrepetible que ofrecer. Estamos llamados a descubrir esta contribución específica y a realizarla con inteligencia, valentía y esperanza.
No como imitaciones de otros modelos, sino como personas auténticas que, en su singularidad, saben responder a los retos de su tiempo con la misma radicalidad y dedicación que caracterizó a María Troncatti: mujer de fe, misionera, constructora de paz.
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