Una reflexión en torno al documento de Papa: “Diseñar nuevos mapas de esperanza”
El Papa León XIV acaba de recordarnos algo que en el Perú seguimos posponiendo: educar es reconstruir la confianza. En su carta apostólica “Trazar nuevos mapas de esperanza”, el Pontífice no ofrece solo un documento teológico, sino una hoja de ruta para un mundo –y un país– que ha perdido el rumbo educativo.
Dice con lucidez que la educación no puede reducirse a instrucción técnica ni a capacitación laboral, porque su misión es rehacer el tejido humano en un tiempo marcado por el miedo, la fragmentación y la desconfianza.
Las cifras y los diagnósticos lo confirman. Unicef ha advertido que el Perú vive una crisis educativa sin precedentes. Millones de niñas, niños y adolescentes siguen fuera de las aulas o atrapados en sistemas que no los preparan para la vida. La pobreza, la violencia y el abandono estatal siguen destruyendo el derecho más básico: aprender y ser acompañados. Mientras tanto, desde CADE Educación 2025, la frase que retumbó fue un grito: “¡En Perú estamos tarde!”.
Y sí, estamos tarde. Los países vecinos han demostrado que el cambio es posible. En Paraguay y Ecuador, como recordaron el Luis Fernando Ramírez y María Brown, (CADE 2025) la continuidad de políticas, la inversión en los maestros y la apuesta por la equidad han hecho la diferencia. En el Perú, en cambio, seguimos atrapados entre la improvisación, la rotación de ministros y la falta de visión de largo plazo.
En medio de este panorama, el mensaje del Papa resuena como un desafío moral. “La educación debe abrazar a la persona entera”, afirma León XIV. No basta con llenar la cabeza; hay que tocar el corazón.
En tiempos de hiperconexión digital y de inteligencia artificial, el Papa pide “creatividad pastoral”: renovar métodos, lenguajes y formar docentes capaces de discernir y acompañar.
Ningún algoritmo, recuerda, podrá reemplazar lo que hace humana la educación: la poesía, el arte y el amor.
Quizá por eso, cuando hablamos de reformar la educación, deberíamos hablar también de reformar nuestra esperanza. Si no creemos en nuestros jóvenes, si no invertimos en su formación con el alma, toda reforma quedará en papel. Educar, hoy más que nunca, es el acto más esperanzador y político de todos.
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