En un pequeño pueblo, donde las mañanas olían a pan recién horneado y los niños corrían entre árboles de eucalipto, había una escuela humilde pero llena de vida: el Colegio Don Bosco. No tenía grandes laboratorios ni modernos equipos, pero tenía algo que muchos otros no: al profesor Tomás, un maestro salesiano que llevaba más de veinte años sembrando esperanza en el corazón de los jóvenes.
Tomás no usaba corbata ni hablaba con solemnidad. Caminaba entre los alumnos con una sonrisa tranquila y una mirada que sabía leer el alma. Decía siempre:
—“Educar es cosa del corazón»
Entre sus alumnos estaba Julián, un adolescente de 14 años, inquieto, rebelde y con poco interés por la escuela. Su madre lo había inscrito en el colegio con la esperanza de que «algo bueno se le pegara», pero Julián no parecía interesarse en nada… hasta que conoció al profesor Tomás.

Un día, tras una pelea en el recreo, Julián fue llevado a la dirección. El director, cansado, suspiró:
—Otro reporte más, Julián… no sé qué hacer contigo.
Tomás, que justo pasaba por ahí, pidió hablar con él a solas. Lo llevó a caminar por el patio bajo la sombra de un sauce.
—¿Sabes por qué me importas, Julián? —le preguntó.
—No, profe. Soy un problema.
Tomás sonrió.
No eres un problema. Eres una posibilidad. En cada joven hay una chispa de bien. A veces solo necesita un poco de ternura para encenderse.
Desde ese día, algo empezó a cambiar. Tomás no lo castigó, lo acompañó. Lo invitó a sumarse al taller de carpintería, le enseñó a tallar madera y, mientras trabajaban, le hablaba de Don Bosco, aquel santo que creía en los jóvenes más difíciles.
“Procura hacerte amar antes que hacerte temer”, decía. Y Tomás lo vivía a diario.
Julián comenzó a llegar más temprano, a sonreír más, incluso a defender a sus compañeros cuando se metían en problemas. Descubrió que tenía talento para trabajar con las manos y empezó a soñar con ser técnico, quizá maestro.

El día del maestro, la escuela organizó un pequeño homenaje. Algunos alumnos recitaron poemas, otros cantaron. Cuando le pidieron unas palabras a Julián, se levantó, tragó saliva y dijo:
Yo no creía en los maestros. Pensaba que estaban para mandar. Pero conocí a uno que me enseñó con paciencia, con ejemplo, y con cariño… Gracias, profesor Tomás. Hoy sé que el maestro no solo enseña materias, enseña a vivir.
Todos aplaudieron. Y Tomás, con los ojos húmedos, murmuró una de sus máximas favoritas:
“La educación es cosa del corazón»
Desde aquel día, Julián supo que enseñar era más que un trabajo. Era una vocación. Como su maestro, soñó con ser faro para otros, en la colina de la vida.
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