En su primera Eucaristía durante los Ejercicios Espirituales, el P. Pascual Chávez, IX Rector Mayor emérito, llegado desde Italia, reflexionó sobre el envío misionero: “Los envió de dos en dos, para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir”.
Comparto con ustedes un mensaje profundo desde las lecturas del domingo XIV del tiempo ordinario.
Hace días, Clodovis Boff escribió una acusación muy dura: “Hace años que escucho más sobre servicios sociales y problemas sociales que sobre el Evangelio mismo. Pero a esto no nos envió Jesús. Nos envió a evangelizar”.
Y tiene razón. Cada vez más somos vistos como proveedores de servicios sociales, como gestores de obras de asistencia. Pero no fuimos enviados para eso. Fuimos enviados a evangelizar, a anunciar a Jesús con pasión, con convicción. Por eso, la primera lectura nos recuerda que la Palabra de Dios debe brotar del interior, debe hacer que el corazón se alegre y los huesos revivan. Así es como debe sentirse la evangelización: como un fuego interior que transforma.
La segunda lectura dice algo crucial: “Lo que importa no es estar circuncidado, sino ser una nueva criatura”. Es decir, no son los ritos o estructuras lo que define al discípulo, sino una vida renovada por el Espíritu. Un discípulo es una nueva persona, regenerada desde dentro, conducida por el corazón, por el Espíritu.
Y de ahí viene el envío misionero. El Evangelio de hoy no nos entrega una lista de recursos ni una estrategia organizativa. Nos da más bien un manual del misionero, todo centrado en la persona misma del evangelizador: en su sencillez, en su fe, en su disponibilidad.
No se trata de qué tenemos o qué podemos ofrecer materialmente. Se trata de quiénes somos y de cómo vivimos lo que anunciamos.
Vean que estamos viviendo en un momento en que la inteligencia artificial —especialmente con toda la vida compuesta por el filo más superior— nos hace pensar que estamos llegando a la posibilidad de la creación de un superhombre.
No olvidemos que el último salto en la evolución es Cristo. Él es el último salto de la evolución.
Hubo la cosmogénesis, hubo la biogénesis, hubo la antropogénesis, ahora lo único y lo últimoa es la Cristogénesis. No hay una superhombre-génesis: eso es una falsedad.
El último salto de la evolución es Cristo. Es el único que ha descubierto el sentido de la vida y ha descubierto las llaves para abrir las puertas de la muerte. Esto es exactamente lo que importa.
Entonces, cuando dice que el Reino de Dios está cerca, quiere decir que ya no hay que esperar más.
Y vuelvo a repetir: estamos ya casi en la quinta revolución industrial. Sin embargo, este mundo que se nos está presentando, como un mundo que en el 2026 ya quiere estar en Marte y comenzar una “vida inmortal”, con todas esas palabras… son sandeces.
A esta sociedad, que se siente tan orgullosa de sus conquistas tecnológicas y científicas, hay que recordarle qué es lo más importante: el sentido de la vida, y sobre todo, las llaves para abrir las puertas de la muerte.
Y la muerte no se vence con tecnología, no se vence con ciencia, no se vence con política. La única energía que vence la muerte… es el amor.
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