En la tradición salesiana, la apertura de una nueva obra educativa conlleva una reflexión profunda sobre sus elementos esenciales. Nuestro padre Don Bosco, nos legó un principio fundamental: antes incluso de considerar las aulas, los talleres o la capilla, debemos asegurar que exista suficiente espacio para los famosos “patios”.
Por eso la formula de Don Bosco era: Casa, escuela, parroquia y patio; y el patio como lugar de encuentro. Este enfoque, lejos de ser trivial, encierra una sabiduría profunda en nuestra mentalidad. Basta ver nuestras obras en el Perú.
“El patio es el hábitat del salesiano – escribía el P. H. Herrera – Descender de las alturas de la formalidad para mezclarse sin máscaras ni poses en la vida real de los jóvenes: sus bromas, juegos, intereses, su lenguaje poco diplomático. Es en el patio donde se ejerce la mayor influencia educativa: un educador amigo”.
Umberto Eco, en su análisis del oratorio salesiano, el lugar llamado patio, se identificó una «máquina perfecta» de comunicación, donde cada actividad, desde el juego hasta la música, desde el teatro hasta la prensa, se organiza en torno a un código moral y religioso. El oratorio es esencialmente patio, en su esencia, trasciende las barreras y acoge a todos, independientemente de sus creencias o circunstancias. Es un espacio donde la educación va más allá de las aulas y talleres, abrazando la integralidad del ser humano y nutriendo el cuerpo, la mente y el espíritu.
En conclusión, la visión de Don Bosco resalta la importancia de los patios como un elemento central en la educación salesiana.
Estos espacios no solo promueven la actividad física, sino que también cultivan valores fundamentales y fortalecen los lazos comunitarios, asegurando así un futuro más brillante para nuestros jóvenes y para la sociedad en su conjunto.
Que nunca se pierdan estos espacios, que los patios estén siempre abiertos para nuestros jóvenes.


