“En honor a la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocando muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos Santos a los Beatos N. y N., y los inscribimos en el catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sean devotamente honrados entre los Santos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Por Angélica Almeida: Responsable del Archivo Histórico Salesiano de Ecuador
Con esta antigua fórmula en latín, solemne y cargada de tradición, el Papa León XIV proclamó el pasado 19 de octubre, Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), la santidad de siete nuevos beatos, entre ellos Sor María Troncatti, Hija de María Auxiliadora y misionera entre el pueblo shuar.

La celebración no empezó el día de la canonización. Desde el 17 de octubre, Roma vivía un clima de preparación espiritual y fraterna, con vigilias, encuentros, celebraciones y momentos de oración que congregaron a peregrinos de la Amazonía, de Ecuador, de Corteno, tierra natal de María Troncatti y de toda la Familia Salesiana.
Entre quienes llegaron desde Ecuador se encontraba Bosco Juwa, el shuar que recibió el milagro atribuido a la intercesión de la nueva santa, acompañado de su familia. Su presencia era un testimonio vivo de gratitud y fe, y representaba con dignidad a todo el pueblo shuar, al que Sor María amó, defendió y acompañó hasta el extremo. En cada celebración, vigilia y encuentro, Bosco y su familia caminaban junto a las Hijas de María Auxiliadora, como un puente que unía a Roma con la Amazonía.
El domingo 19, desde muy temprano, la Plaza de San Pedro se llenó de banderas, cantos, y silencios cargados de fe. Entre la multitud destacaban religiosas salesianas, jóvenes shuar, familias de Sucúa y laicos venidos de diferentes países. La diversidad no dividía, unía.
Cuando el Santo Padre pronunció el nombre de Sor María Troncatti y anunció que quedaba inscrito para siempre en el catálogo de los santos, un eco de emoción recorrió la plaza. No era solo un acto litúrgico: era el reconocimiento de una vida entregada hasta el extremo en la selva ecuatoriana, donde fue enfermera, consejera, mediadora de paz, hermana y madre.
Era, además, un homenaje silencioso a tantas Hijas de María Auxiliadora que trabajaron durante años en el proceso de su canonización, con dedicación, seguimiento y mucha oración.
El gran tapiz con su imagen, ya colocado en la fachada de la basílica desde las primeras horas del día, atraía la mirada de todos. Aquel rostro no era solo un retrato: era un espejo. Una sonrisa que refleja a las mujeres que luchan, los pueblos que resisten, los jóvenes que sueñan. Sor María fue, es y será de todos.

Durante la Misa de canonización se colocaron junto al altar las reliquias de primer y segundo grado de las siete nuevos santos. El relicario de la salesiana Santa María Troncatti, contenía una falange de su mano: un símbolo elocuente de esas manos que acogieron, curaron y abrazaron.
La canonización resaltaba sus virtudes heroicas, pero también una manera concreta y sencilla de vivir la fe: brazos abiertos, pies cansados y un corazón siempre disponible.
Fue más que un acto solemne, fue un mensaje que recuerda que la santidad florece en lo cotidiano, en el servicio humilde y en la entrega generosa. Así vivió Sor María Troncatti: sanando como enfermera, construyendo paz como mediadora y acompañando con ternura al pueblo shuar, que la llamaba con cariño “madrecita buena”.
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